Ante la consideración de lo que está
sucediendo y puede ocurrir en un Mundo tan condicionado por la progresiva
globalización de venturas y desventuras humanas, el relato nació en la mente de un
octogenario, que escribe al hilo de los
mejores deseos para sus nietos y alguna otra generación que venga detrás,
siempre procurando no salir de la esfera de lo posible, cual es la venturosa
eventualidad de que ya estemos viviendo en la tercera y definitiva etapa de la Historia
de la Humanidad.
Confiesa el relator que eso de la
tercera y definitiva etapa de la Historia de la Humanidad es, en buena
parte, una idea copiada de lo escrito en el siglo XII de nuestra Era por el
beato Joaquín de Fiore (1135-1202), un piadoso personaje que, por un misterioso
privilegio y a través de la niebla de las limitaciones humanas, vio lo que
había de ocurrir siglos después de su paso por la Tierra. Al respecto, no
faltan estudiosos de la Historia que aprecian claro paralelismo entre lo
relatado por ese beatificado monje y la interpretación que, según la Biblia, el
profeta Daniel hizo de aquel famoso sueño de Nabucodonosor:
¿Podrás tú hacerme entender el sueño que vi,
y su interpretación? Daniel respondió delante del rey, y dijo: El misterio
que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden
enseñar al rey. Mas hay un Dios en el cielo, el cual revela los misterios, y Él
ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros
días. Tu sueño, y las visiones de tu cabeza sobre tu cama, es esto: Estando tú,
oh rey, en tu cama subieron tus pensamientos por saber lo que había de suceder
en lo por venir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de suceder.
Y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría
que en todos los vivientes, sino por aquellos que debían hacer saber al rey la
interpretación, y para que tú entendieses los pensamientos de tu corazón. Tú,
oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y
cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su
aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de
oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce;
sus piernas de hierro; sus pies, en parte de hierro, y en parte de barro
cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, la cual
hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los
desmenuzó. Entonces fue también desmenuzado el hierro, el barro cocido, el
bronce, la plata y el oro, y se tornaron como tamo de las eras del verano; y
los levantó el viento, y nunca más se les halló lugar. Mas la piedra que hirió
a la imagen, vino a ser una gran montaña, que llenó toda la
tierra. Éste es el sueño; también la interpretación de él
diremos en presencia del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes;
porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fortaleza y majestad. Y
todo lo que habitan los hijos de los hombres, bestias del campo y aves
del
cielo, Él los ha entregado en tu mano, y te ha dado dominio, sobre todo;
tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro
reino menor que tú; y otro tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda
la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro
desmenuza y pulveriza todas las cosas, y como el hierro que quebranta todas
estas cosas, desmenuzará y quebrantará. Y lo que viste de los pies y los
dedos, en parte de barro cocido de alfarero, y en parte de hierro, el reino
será dividido; mas habrá en él algo de fortaleza de hierro, según que viste el
hierro mezclado con el barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte
de hierro, y en parte de barro cocido, en parte será el reino fuerte, y en
parte será frágil. En cuanto a lo que viste, el hierro mezclado con el barro,
se mezclarán por medio de simiente humana, mas no se unirán el uno con el otro,
como el hierro no se mezcla con el barro.
Y en los días de estos reyes, el Dios del
cielo levantará un Reino que jamás será destruido, y este reino no será
dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, y él
permanecerá para siempre. De la manera que viste que del monte fue cortada una
piedra, no con manos, la cual desmenuzó al hierro, al bronce, al barro, a la
plata, y al oro; el gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo
por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación. (Dan. 2, 26-45)
Para el citado beato Joaquín de Fiore,
el Reino que jamás será destruido, no pudo ser otro que el Reino
de Dios, percibido por los hombres y mujeres de buena voluntad y
desarrollado en la Historia en lo que él tres sucesivas épocas: la Época del
Padre que fue desde Abraham hasta Jesucristo, la Época del Hijo,
iniciada por este mismo, es decir por Jesucristo, y prolongada en el tiempo
necesario para poder ser tenida en cuenta por una apreciable parte de la
Humanidad y la Época del Espíritu Santo, que enlaza con la Época del
Hijo y que, hasta el fin de los tiempos, se ocupa de iluminar nuestra
inteligencia para que caminemos hacia la Verdad todos y cada uno de
nosotros, es decir la multitud de seres humanos que poblamos el ancho mundo,
desde las más populosas ciudades hasta el más escondido rincón.
Los católicos creemos que, a Juan, el
discípulo amado de Cristo Jesús, le llegó el adelanto de una realidad que, de
forma simbólica, nos dejó descrita de la siguiente manera:
Y vi un cielo y una tierra nuevos; porque el
primer cielo y la primera tierra habían pasado, y el mar no existía ya más. Y
yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de
Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido. Y oí una gran voz
del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con
ellos, y será su Dios. Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos
de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor;
porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono
dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me
dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me
dijo: Hecho es. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que
tuviere sed, yo le daré de la fuente del agua de vida gratuitamente. El
que venciere, heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Y
el material de su muro era de jaspe; y la ciudad era de oro
puro, semejante al vidrio limpio; y los fundamentos del muro de la ciudad
estaban adornados de toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe; el
segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto,
ónice; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno,
topacio; el décimo, crisoprasa; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Y
las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una
perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio
transparente. Y no vi templo en ella; porque el Señor Dios Todopoderoso y
el Cordero son el templo de ella. Y la ciudad no tenía necesidad de sol ni de
luna para que resplandezcan en ella; porque la gloria de Dios la iluminaba, y
el Cordero es su luz. Y las naciones de los que hubieren sido
salvos andarán en la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y
honor a ella. Y sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá
noche. Y traerán la gloria y la honra de las naciones a ella. Y no
entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación o mentira; sino
sólo aquellos que están escritos en el libro de la vida del Cordero Y me mostró
un río puro de agua de vida, límpido como el cristal, que provenía del trono de
Dios y del Cordero. En el medio de la calle de ella, y de uno y de otro
lado del río, estaba el árbol de la vida, que lleva doce frutos, dando cada mes
su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.
Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y
sus siervos le servirán; y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.
Y allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de lámpara, ni de luz de sol,
porque el Señor Dios los alumbrará; y reinarán por siempre jamás. Y me
mostró un río puro de agua de vida, límpido como el cristal, que provenía del
trono de Dios y del Cordero. En el medio de la calle de ella, y de uno y
de otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que lleva doce frutos, dando
cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las
naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en
ella, y sus siervos le servirán; y verán su rostro, y su nombre estará en
sus frentes. Y allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de lámpara,
ni de luz de sol, porque el Señor Dios los alumbrará; y reinarán por siempre
jamás. Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor Dios de
los santos profetas ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas
que deben acontecer en breve. He aquí, yo vengo pronto. Bienaventurado el
que guarda las palabras de la profecía de este libro. Y yo Juan vi y oí estas
cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a
los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Y él me dijo: Mira que no lo
hagas; porque yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos los profetas, y de los
que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo: No selles
las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El
que es injusto, sea injusto todavía; y el que es sucio, ensúciese todavía; y el
que es justo, sea justo todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. Y he
aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según
fuere su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el
primero y el postrero. Bienaventurados los que guardan sus mandamientos,
para tener derecho al árbol de la vida, y poder entrar por las puertas en la
ciudad. Mas los perros estarán afuera, y los hechiceros, y los disolutos, y los
homicidas, y los idólatras, y cualquiera que ama y hace mentira. Yo Jesús
he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo
soy la raíz y el linaje de David, y la estrella resplandeciente de la
mañana. Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y
el que tiene sed, venga; y el que quiere, tome del agua de la vida
gratuitamente. Porque yo testifico a cualquiera que oye las palabras de la
profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios añadirá sobre él
las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las
palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la
vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este
libro. El que da testimonio de estas cosas, dice: Ciertamente vengo
en breve. Amén, así sea. Ven: Señor Jesús. a gracia de nuestro Señor
Jesucristo sea con todos vosotros. Amén. (Ap. 21, 1-27; 22, 1-21)
No sin prestar credibilidad a lo que
antecede y tomar en consideración a lo que se dice en parte de capítulos que componen este relato, el
avispado lector puede muy bien prepararse para un futuro del que ya se perciben
algunos indicios.