GUERRA Y PAZ ENTRE HERMANOS es, ni más ni menos, descarada
copia del GUERRA Y PAZ de León Tolstoi, insuperable testigo de su
tiempo, al cual escandalizó el hecho de que Napoleón Bonaparte, un “pobre
hombre” (en el peor sentido de la palabra), se hubiera atrevido a desafiar a la
Madre Rusia. Al respecto nos dice el señor Urueta:
León Tolstoi,
en el epílogo de su novela Guerra y Paz, razona sobre la excesiva
importancia que los historiadores de su época daban a los protagonistas de la
Historia, a sus decisiones, a sus aciertos y errores. Ve más conforme a la
lógica que estos personajes son condicionados por la conciencia de los pueblos,
las masas de personas que se mueven a impulsos de multitud de vínculos comunes,
casi infinitesimales, que son variables y sensibles a los cambios naturales y
científicos.
Pero, entre
los millones de pequeños acontecimientos que generan e impulsan los siguientes,
no todos poseen la misma fuerza determinante. Los hay más pujantes que otros,
los hay autodestructivos y los hay expansivos.
Desde el punto
de vista histórico, la identidad de un país no es un concepto exento de
contenido. Lo tiene porque emana de identidades que cabe observar en conjuntos
menores, hasta llegar al individuo. Igualmente, el concepto belleza, aunque se
dice relativo, no por ello deja de ser fácilmente sentido. Los antiguos
asociaban belleza con verdad y ésta, a su vez, con conocimiento; yo me conformo
con armonía, veracidad y opinión.
Iniciando el
análisis a partir de estos conceptos, la extrañeza de que España dominase gran
parte de América durante tanto tiempo está relacionada con la impresión que
produce nuestro país cuando se compara con naciones al norte de los Pirineos.
En la armonía y la belleza son figuras esquivas, púdicas y huidizas, a
diferencia de los países al norte de los Pirineos, donde es la fealdad la que
se esconde y avergüenza.
Del mismo
modo, la Historia de España abunda en episodios, crueles y fratricidas. Los
aspectos precursores y solidarios se encuentran en rincones; como arrumbados.
Un historiador proveniente de otra galaxia, se detendría a estudiar con más
detalle los acontecimientos ocurridos en Hispanoamérica y su relación con la
Metrópoli, que a las peleas internas y, en cierto modo, domésticas, ocurridas
en la piel de toro.
Si fuera
cierto, como creo, que España, ha sido un país menos rico y avanzado en
investigación que los situados al norte de su frontera, también lo sería que,
en términos de sabiduría política y gestión de territorios, España fue superior
a sus vecinos hasta finales del siglo XVIII. Esta disparidad entre ciencia y
administración produce un efecto de deslumbramiento en el observador, un
sentimiento de sorpresa y hallazgo, tanto más sensible cuanto mayor es el
contraste.
Ocultos en el
devenir histórico que va desde el Descubrimiento de América hasta la segunda
década del siglo XIX, hubo elementos de política creativa con suficiente poder
de cohesión para mantener unido ese conjunto de pequeños acontecimientos de que
hablaba Tolstoi. Era preciso que el tejido de hilos iguales y alineados
mostrase, de vez en cuando, las líneas imaginadas por el sastre responsable de
la vestimenta, desaliñada para unos y manto de púrpura para otros.
Me apresuro a
añadir que el resultado de mis pesquisas podría parecer una osada
simplificación, además de discutible. Pero, al igual que toda metáfora ofrece
algo de lúdico y sociable, así la recreación de los movimientos de la Historia
invita a expresar nuestras opiniones cuando no coinciden con lo que leemos.
Poco o “mucho” que
añadir, sino es invitaros a leer el libro “¿Por qué duró tanto
la presencia de España en América”, luego de echarle una
ojeada al presente que, como habéis visto, lleva por título GUERRA Y PAZ ENTRE HERMANOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario