Cabe esta puntualización porque a la
vista está que cierto socialismo y algunas otras ideologías van bastante más
allá que una convencional teoría política, que no habría de aspirar a más que
la de ser reconocido como “arte arquitectónico de la Sociedad, como habría
dicho Aristóteles, dejando para las religiones el referido moldeo de la
conciencia de las personas.
Por efectos de la fuerte y
sistemáticamente urdida propaganda, para millones de personas, ese socialismo representa
lo más importante de sus vidas, diríase que una religión y, puesto que los
correspondientes ideólogos no aceptan ni trasmiten más verdades absolutas que la de
que no hay más realidad que lo
material y que, no siendo nosotros
mismos más que una pequeña parte de la conciencia colectiva de esa “única
realidad material”, resulta harto
discutible lo de apelar a la responsabilidad personal tal como, por ejemplo, se empeñan los voceros de la moral católica.
Cierto
que, para ampliar su círculo de influencia, no falta quien atribuye al
Socialismo inspiraciones no materialistas; ello sin desechar la “dogmática”
raíz materialista. No puede ser de otra forma en cuanto casi todos los
teorizantes socialistas coinciden en atribuirle a Carlos Marx, el materialista
per se, la privilegiada paternidad de una
ideología o religión (según se mire) tan “concienzudamente” materialista que, al analizarla en sus
premisas fundamentales, no podemos menos de hablar de un extraño fenómeno ideal-materialista.
Ya en el último
tercio del siglo XIX se llamó a la herencia intelectual de Carlos Marx
Socialismo Científico como contraposición a cualquier utopía social de la
época. Lo de Marx era toda una concepción del Universo frente a simples
proclamas o programas de acción sobre
tal o cual acontecimiento o fenómeno puntual en que se habían hecho o se hacían
fuertes otros socialistas.
Aun hoy, desde las
filas socialistas, se resisten a poner en tela de juicio cualquiera de los
postulados básicos de una doctrina, la marxista, que, en frase del polifacético
Roger Garaudy, “ha llenado la cabeza y el corazón de millones de hombres y de
mujeres”.
Si aquello de
“socialistas antes que marxistas”, que pronunciara Felipe González en el
llamado “Congreso de reafirmación socialista” (Sept. 1979), pretendía abrir
consecuentes caminos hacia la
formulación de una nueva “metafísica”, “ética” o “lógica” socialista por parte
de los más ilustrados del Partido... , en la práctica, no ha logrado más que
poner en evidencia un hecho incuestionable:
a un socialismo sin Marx le falta “carácter académico”, sobre todo si se
alimenta de resistencia a los valores cristianos; a lo sumo, puede presentarse
como un “materialista” programa de las reivindicaciones habituales en cualquier
oposición o un catálogo de promesas de acción política. No sirve como doctrina
que llene la cabeza y corazón de todos y, como diría el propio Marx, está
condenado a pasar al Museo de
Antigüedades.
El Marxismo, que se
llamó Socialismo Científico o, al amparo de la propaganda soviética, Socialismo Real, es una doctrina
que pretendía y aún pretende dar razón de todo: presume ser la heredera y
síntesis de la Ilustración y la imprescindible guía en el camino hacia la plenitud de los tiempos. Todo
ello como si la principal diferencia entre los diversos partidos socialistas
fuera simple cuestión de estrategia política y, después del rotundo fracaso de
sus grandes expresiones (Materialismo Histórico-dialéctico, Repúblicas
Populares, Dictaduras del Proletariado, Capitalismo de Estado, etc, etc. )
siguiera más viva que nunca la rotunda afirmación de Lenin:
“La doctrina de Marx es omnipotente porque es
exacta. Es completa y armónica, dando a los hombres una concepción del mundo
íntegra, irreconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda
defensa de la opresión burguesa. Es la legítima heredera de lo mejor que creó
la humanidad en el siglo XIX bajo la forma de
Filosofía Alemana, Economía Política Inglesa y Socialismo Francés”.
Se nos dirá que el socialismo del siglo XXI es más político
que ideológico y que, por lo tanto, se aplica a encauzar la “realidad social” en lugar de perderse
por sofisticados laberintos de “viejas”
ideas ¿no es por ese camino como ha logrado hacer socialista a la mitad de
España?
Al respecto, conviene tener en cuenta que la mayoría de los que, actualmente, se
presentan a sí mismos como comunistas no dejan de intentar hacer ver que lo
suyo, en cuanto marxista, no deja de ser un socialismo en estado puro.
El que esto escribe cree llegado el momento de preguntar…
¿han redundado las experiencias del socialismo en sus diversas versiones en
beneficio de los españoles, incluidos los millones que se consideran a sí
mismos socialistas? ¿no será que todo el aparato de presión política y propaganda
se ha basado en un deliberado desconocimiento de la genuina realidad en la que
nos movemos todos y que, por lo que nos toca, hemos de tratar de apreciar tal
cual es?
Reconozcámoslo: para todos y cada uno de nosotros, es de
vital importancia la certera respuesta a cuestiones al estilo de ¿quién soy?
¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿qué puedo hacer para darle sentido a mi propia
vida? ¿me hace más feliz el desoír la
más acuciante y limpia voz de mi propia conciencia? ¿es la materia el principio y fin de todo?
Si acertamos con las debidas respuestas, bueno habrá sido el
tiempo concedido a compartir o rebatir las referencias históricas,
transcripciones y subsiguientes
reflexiones, las cuales, en razón del carácter que otorgamos a la
doctrina socialista, nos lleva a bucear en la historia a la búsqueda y tropiezo
con las raíces de un fenómeno “que llena la cabeza y el corazón de millones de
personas”.
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